Los restos de Francisco, el primer Papa latinoamericano y jesuita, ya reposan en un ataúd de madera dentro de la Basílica de Santa María la Mayor.
La sencilla tumba, a ras de suelo y con la inscripción Franciscus, fue elaborada con mármol de Liguria, al norte de Italia, donde nacieron los abuelos de Jorge Mario Bergoglio, que después emigraron a Argentina.
Antes, en una misa de cuerpo presente en la Plaza de San Pedro, el cardenal Giovanni Battista Re recordó el legado de Francisco a favor de los vulnerables, quienes tuvieron en el Papa a un líder que los vio con amor y respeto.
“Dedicó su vida a los últimos de la Tierra, a los pobres y los migrantes, recordándonos que el amor debe llegar a los márgenes”, dijo ante miles de fieles, jerarcas católicos de todo el mundo, delegaciones de 130 países, presidentes y jefes de Estado.
Recordó la labor de Francisco por la paz en el mundo y para visibilizar el drama de los migrantes en Europa y América.
Recordó la misa que el Papa ofició en 2016 en Ciudad Juárez. “Construir puentes y no muros fue una exhortación que repitió muchas veces”, dijo.
Al terminar la homilía, el cortejo fúnebre recorrió seis kilómetros desde el Vaticano hasta la basílica, entre lágrimas, aplausos y gritos de una multitud que llenó las calles de Roma.
Al llegar al templo, un grupo de niños, personas pobres, sin hogar, migrantes, exreos y transgéneros lo esperaban en las escalinatas con rosas blancas.