Cuba mantuvo bajas las infecciones por coronavirus el año pasado, promocionando su compromiso de larga data con la salud.
Ahora, la isla tiene la tasa de infección per cápita más alta de América, una crisis que influyó en las mayores protestas del país en décadas.
La nación caribeña de 11 millones de habitantes informó cerca de 4 mil casos confirmados por millón de habitantes durante la última semana, nueve veces más que el promedio mundial y más que cualquier otro país de América.
El brote, impulsado tras la llegada de la nueva variante Delta, más contagiosa, ha llevado al borde a los hospitales de su epicentro en la occidental provincia de Matanzas.
Medios estatales han mostrado imágenes inusuales de pacientes en camas en pasillos y médicos quejándose de falta de oxígeno, respiradores y medicamentos.
El hecho de que una nueva ola de coronavirus abrumara inesperadamente los servicios de salud no fue exclusivo de Cuba.
Muchos países, incluidos muchos más desarrollados como Italia y otros que alguna vez fueron considerados casos de éxito de la pandemia como Uruguay, han sufrido la misma suerte en diferentes momentos.
Sin embargo, las implicaciones políticas de la crisis epidemiológica son mayores en un país donde la atención médica gratuita se considera uno de los pilares de la legitimidad de su sistema «revolucionario».
Además, el brote y el posterior confinamiento están hundiendo a una economía ya en bancarrota que depende particularmente de las fronteras abiertas para fomentar el turismo.