Ya está a la vuelta de la esquina el trágico día en el que nos jugamos, una vez más, el destino de nuestro país. Lejos de respirarse un ambiente de entera convicción del electorado sobre esta responsabilidad cívica, lo que predomina es una profunda decepción hacia los partidos y los personajes que los conforman.
En esta ocasión hay un ingrediente extra sobre la mesa; un ingrediente que se ha convertido en el botín propagandístico de los partidos políticos y que les permitió evadir la presentación de algún proyecto político sólido, que busque mejorar la vida de los mexicanos: el debate se encuentra en si se queda o se frena a MORENA.
Tan extrema es nuestra vulnerabilidad política y tan fuerte es ya el temor de convertirse en una nueva Venezuela, que nos encontramos dispuestos a votar por el que sea y perdonar lo que sea, con la única condición de que se le pueda ganar al partido hegemónico y que eso signifique una piedra en el zapato a las pretensiones tiránicas del presidente.
Lo complicado no está en votar por aquel que pueda ganarle a MALO, eso es lo más sencillo; el dilema se encuentra en que los partidos de ‘‘oposición” no tuvieron la sapiencia de impulsar candidaturas con perfiles frescos y capaces de atraer el voto popular bajo una causa que fuera más allá de vencer al presidente.
Porque más allá de las elecciones y el tema mediático, debemos tener muy en claro que nuestras vidas seguirán su curso y el país seguirá arrastrando con las mismas precariedades: inseguridad, desempleo, pérdida económica, corrupción, deficiencias del sector salud y muchas otras; de ahí que lo que realmente nos urge, no es un cambio de dueño, sino más bien, dejar de ser perros.
Es este el tema medular de la crisis política por la que atravesamos, crisis con la que lamentablemente ya nos hemos conformado. Podrán cambiar los gobiernos y revestirse de nuevos colores, pero si no cortamos de manera tajante con esa encrucijada de tener que recurrir en cada elección al pragmatismo de elegir al menos malo, nunca podremos salir adelante como país.
A tal grado hemos llegado, que en este proceso electoral en el que impera la polarización, no han faltado las exclamaciones de ‘‘El PRIAN roba, pero deja vivir’ o la de ‘‘Sí, pero el PRI robó más’’; como si debiéramos admitir la ignominia de vivir esperando la dádiva del próximo político y aceptar que nuestras vidas están a merced de las ocurrencias y vaivenes de una oligarquía política, que nos usa para cubrir sus atrocidades con el manto de ‘‘la voluntad popular’’.
¿Y qué hacemos entonces? Porque no podemos negar que MORENA, ha significado un enorme daño para el país; sin duda alguna y para los que no les invada una objeción de conciencia, habrá que acudir a las urnas con la esperanza de contribuir a las mejores causas. Lo que nos apremia, es sacudirnos totalmente de ese modus vivendi en el que llegamos a tolerar la corrupción de la vida pública, con la condición de no vernos gravemente afectados por las artimañas y voracidad de quienes ‘‘nos representan’’.
Pero también, es estar ciertos que nos urge generar una verdadera clase política, que con estricto apego a la búsqueda del bien común, realice las acciones y los sacrificios más heroicos para encauzar el destino de grandeza de nuestra patria.
No estamos perdidos, no es que esta situación sea irreparable, sería una mentira negar que tenemos y hemos tenido excelentes gobernantes y que entre nosotros abundan personajes preparados que tienen la capacidad y la ética necesaria para hacer del poder una herramienta que dignifique la vida política.
Sí queremos abandonar, ese conformismo de tener que votar por el menos malo y dejar de vivir cada elección como el momento decisivo para el futuro de nuestro país, habrá que emprender una reconquista de la vida política y sólo entonces el primer domingo de junio deje de ser una tragedia nacional.