
No hace tanto tiempo, los jugadores de la NFL elegían su casco por comodidad, superstición o estética. Unos lo preferían más ajustado, otros con mejor visibilidad, y muchos simplemente no querían cambiar lo que les había funcionado desde la universidad. Esa era la norma… hasta que los golpes dejaron de escucharse solo en el campo y comenzaron a resonar en los tribunales.
Con más de 1,000 demandas acumuladas por daños neurológicos, y una crisis de credibilidad en puerta, la liga comprendió que el riesgo ya no era solo físico, sino estructural. Proteger la cabeza del jugador dejó de ser una responsabilidad médica para convertirse en una prioridad de negocio. Desde entonces, la NFL transformó la protección en una ciencia con cifras, rankings y listas negras.
Esta semana, la NFL y la Asociación de Jugadores (NFLPA) publicaron la actualización anual del estudio que clasifica los cascos disponibles en el mercado. Lo que antes era una guía técnica hoy tiene el poder de enterrar modelos completos. En la versión 2025, siete cascos fueron oficialmente prohibidos para su uso en partidos o entrenamientos, sin excepciones. Otros tres modelos fueron etiquetados como “no recomendados”, el último escalón antes de ser desterrados.
No es la primera vez que sucede. Desde que en 2015 la liga comenzó a restringir cascos por mal desempeño en pruebas de laboratorio, al menos 38 modelos han sido eliminados del campo. Pero esta es la lista más agresiva en cinco años, y marca una tendencia: la NFL quiere reducir el número de conmociones cerebrales sin esperar a que lo diga una estadística.