Era 1977 cuando un joven lanzador mexicano pisaba por primera vez el estadio Gilberto Flores Muñoz, en Compostela, Nayarit. Nadie imaginaba que aquel muchacho, contratado por apenas 250 dólares para su primera temporada, se convertiría en una leyenda del béisbol a la que este martes despedimos.
Apenas dos años después, los Cazadores ya celebraban al Novato del Año de la Liga Mexicana de Béisbol. Fue entonces cuando el destino tejió sus hilos: Camilo “Corito” Varona, legendario cazatalentos cubano, que buscaba más bien un shortstop, observó algo especial en aquel pitcher cuando lo vio jugar como lanzador prestado para los Leones de Yucatán. “Corito” de inmediato alertó a Mike Brito, el hombre que más tarde se haría famoso por aparecer siempre detrás del “home” con su “pistola” de velocidad, midiendo los lanzamientos de quien sería conocido como “El Toro” de Etchohuaquila, diciéndole que era el “hombre que necesitamos”.
El arma secreta de Fernando era el “screwball” (tirabuzón), un lanzamiento que lo catapultaría a la fama y del que muchos de sus rivales se quejaban amargamente.