El «cae bien»

Por

Sergio Armendáriz

Sin remedio hay que referirse al Tercer Informe, realmente el undécimo que “dicta” AMLO, en sus tres años de omnipresente ejercicio del poder político desde el Ejecutivo federal, el ruido generado es hoy más polarizante y divisivo que nunca, generado por este “presidente-escritor” que no logra y quizá no quiera domesticar a su resentimiento proverbial y la notoria expresión de odios ancestrales, nada mejor que tal mezcla para el cultivo de un populismo que no conocerá momentos y pautas éticas de reconciliación con la parte afectada de una totalidad social fracturada deliberadamente por un personaje que cabalga con naturalidad en una lógica campañera que ha sido su monotemática forma de ganarse las simpatías de amplios grupos de la población mexicana.

    Para darle fondo al asunto, Voces Libres encontró la fortuna de conversar con nuestro Académico de cabecera, quien en videollamada efectiva y de manera generosa nos compartió sus consistentes argumentos a partir de la consideración intelectualmente escrupulosa de la percepción de lo dicho por AMLO, en uno más de los polémicos monólogos que son tamizados por cientos o miles de mentiras, semiengaños o afirmaciones no verificables. En ese sentido, se explayó con la suficiencia conceptual que le caracteriza:“…En una democracia, el discurso político es sumamente importante porque es el instrumento que nos permite construir una realidad compartida entre los ciudadanos y los gobernantes sobre el estado de nuestra sociedad, sus problemas y las alternativas de solución. Cuando López Obrador usa el discurso como instrumento para confundir, saturar y desinformar a la sociedad no estamos ante un discurso democrático, sino ante un mensaje demagógico. El propósito de este mensaje es uno solo: apuntalar la popularidad del presidente y consolidar la idea de que él posee características superiores al resto que lo convierten en el único actor político con “autoridad moral” para gobernar a México. Uno pensaría que a estas alturas del sexenio la realidad se impondría. Pero las encuestas más recientes demuestran que 6 de cada 10 mexicanos siguen dispuestos a creer en el exitoso relato demagógico de López Obrador, mientras los problemas del país persisten y empeoran. Ese es el poder del discurso populista…”

   Amplio conocedor de las disciplinas académicas como la teoría de conflictos, el análisis del discurso y la semiótica del poder de la significación en el discurso político, argumenta en relación a la estructura interna de las abigarradas piezas discursivas del locuaz tabasqueño, ante eso afirma, “…Su último discurso fue una exhibición descarnada de tres técnicas de propaganda: la primera de ellas, la repetición. El uso constante a lo largo del mensaje del presidente de frases que distorsionan la realidad y que están dirigidas no a persuadir, sino a manipular la percepción de la audiencia. Un ejemplo claro fue la insistencia de AMLO de atribuirse como logros personales, y llamar una y otra vez “récord histórico”, a eventos que no son causados directa o principalmente por la acción del gobierno, como el aumento en las remesas que envían los migrantes, el comportamiento del tipo de cambio y el desempeño de la bolsa de valores…”

   “…Una segunda forma técnica expresiva fue la desinformación. El presidente llenó su discurso de afirmaciones que no pueden considerarse parte de un acto de rendición de cuentas sobre la gestión del gobierno. Algunas de esas afirmaciones son generalizaciones engañosas, como cuando afirma que “no hay hambre” o que en el país “hay paz social”. Otras son difícilmente comprobables en la práctica, como cuando dijo que “no se fabrican delitos ni se persiguen a opositores”. Y otras son simplemente expresiones amenazantes disfrazadas de decisiones del gobernante, como cuando asegura que “no hay represión” o “no hay presiones a los medios”. Así se traiciona por completo al espíritu del informe, que es brindar a la sociedad elementos para que se haga un juicio objetivo de la gestión del gobierno…”

   “…La saturación fue la tercera técnica, en los 55 minutos de su mensaje, el presidente realizó un elevado número de afirmaciones sin sustento en la realidad o con argumentación muy engañosa. Así, cuando la audiencia estaba tratando de entender y evaluar la legitimidad de una afirmación, él ya estaba realizando la siguiente. Resultaba imposible hacerse así una idea racional del valor factual del discurso como un todo, dejando entonces a la emoción el trabajo de aceptar o rechazar lo que el presidente iba diciendo. Quienes ya creen en él, le creyeron de nuevo. Quienes no le creían, no cambiaron su postura. Esto tira por la borda el sentido real de un discurso político: ofrecer argumentos válidos para que quien lo escucha llegue a sus propias conclusiones libremente…”

   De ese modo nuestro fino interlocutor se posicionó en su idea de que AMLO únicamente pretende no persuadir sino fundamentalmente engañar y manipular audiencias, los contenidos específicos siguen reflejando los vicios semánticos y sintácticos que su biografía política condiciona desde hace mucho tiempo. “…López Obrador es un señor intuitivo y listo, pero que clausuró su aprendizaje intelectual con Luis Echeverría, construyó su panteón ideológico mezclando a Lázaro Cárdenas, Francisco I. Madero y Benito Juárez, un cóctel equivalente político a meterse un shot de brandy, vodka y sotol, y acabó por construir su acción política con la fuga de la izquierda del PRI, acto que marcaría sus futuros escapes de cualquier estructura o norma que encorsetase su deseo…” “…López Obrador no es un estadista, apenas un caudillo crepuscular, su comprensión del mundo moderno está lacerada por el filtro de los sesenta y setenta y, dada su negativa a aprender, es incapaz de entender el siglo XXI…” 

   El presidente “cae bien”

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