Andrés Lillini, pescador de futbolistas

Llegó a México con un boleto de avión pagado por su madre, sabiendo que su única opción era convencer a Álvaro Dávila de que podía crear sus fuerzas básicas

Andrés Lillini calibró lo que traía en la bolsa y supuso que no le alcanzaría. Un viaje a México en medio de los problemas económicos argentinos no era fácil de costear.

Su madre le pagó el boleto de avión para alcanzar un lugar llamado Morelia, en donde mediría su talla como formador de jugadores.

El proyecto que traía bajo el brazo era una confección de Claudio Vivas, exauxiliar de Marcelo Bielsa y ciertos apuntes de Darío Franco, por aquel entonces técnico del Morelia y quien fue el puente comunicativo con el presidente Álvaro Dávila.

Hay rasgos distintivos que no olvida Dávila de aquel aventurero llamado Lillini quien tocó a su puerta en el 2001.

Yo no lo busqué, él llegó a Morelia sin cita por ser amigo de Darío Franco y me dijo ‘quiero trabajar aquí, hacer las fuerzas básicas’. Lo escuché escepticamente no por negarle la atención, sino porque apenas sobrevivíamos para pagar sueldos, no estaba en el presupuesto crear fuerzas inferiores”.

Sabía Andrés Lillini que no podía regresar a Argentina con las manos vacías. Ya le había pasado antes renunciar a otros sueños, como cuando en 1999 se retiró del futbol a los 25 años con la reponsabilidad de criar a un par de hijos y sacarlos adelante.

Además, había pedido permiso en su trabajo como administrador de una sucursal en Santa Fe del Banco Nacional de Argentina porque uno de sus anhelos era romper esa frustración de no poder quitarse el saco y la corbata para cambiarlos por ropa deportiva y vivir de la cancha. Pero resultó que Andrés Lillini no andaba con miramientos, “le expliqué que no tenía para pagarle”, apunta Álvaro Dávila, “su respuesta fue que eso no importaba, que él quería trabajar. No teníamos estructura de nada, salvo una Segunda División y me comentó que se iría a recorrer el país para buscar jugadores”.

Dávila recuerda que sólo le pagaba la gasolina de un carro, “que quien sabe de dónde lo consiguió, creo que era un Jetta Blanco, no pasaba de algo modesto. ¿Cómo decirle que no a un hombre con tal entusisamo? Yo no lo encontré, él me halló”. En dos meses había puesto de cabeza a Morelia. Buscó canchas para entrenar en la preparatoria siete, en la liga municipal y en diferentes universidades.

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