Alexander está cansado. Lleva tres noches durmiendo a la intemperie, como muchos de sus compatriotas hondureños que van a pie en caravana rumbo a Estados Unidos. Pero, pese a que la policía de Guatemala le cierra el paso, no desistirá.
«Yo a Honduras solo muerto regreso, ¿qué voy a ir a hacer a Honduras? Solo a morir, ya sea de hambre o por la violencia», dice este hombre de 24 años de la ciudad hondureña de Limón, donde trabajaba como taxista, pero que quedó desempleado tras la pandemia.
Hambrientos y agotados tras más de tres días de caravana, miles de migrantes hondureños se niegan a abandonar el sueño de llegar a Estados Unidos, interrumpido de momento por medio millar de policías y militares que ya les dejaron claro que no pasarán.